Estados Unidos, 1943. Un hombre
afligido se sienta en un parque público en un estado de gran conmoción. Se
trata de Jan Karski, un auténtico héroe injustamente olvidado por la memoria
colectiva. Karski, correo de la resistencia polaca durante la ocupación nazi,
acaba de salir de la Casa Blanca dónde ha denunciado al presidente Roosevelt el
exterminio de los judíos europeos a manos de los asesinos hitlerianos. A pesar de
que el presidente americano se ha dedicado a repetir “I understand” (mientras
reprimía sus bostezos), Karski sale de la reunión desesperado porque ha
comprendido que nadie hará absolutamente nada para evitar el exterminio de los
judíos europeos.
Unos meses antes Karski se
había reunido en Varsovia clandestinamente con dos líderes judíos del gueto de
la ciudad. 35 años después reproducirá lo que le dijeron en el documental Shoah
de Claude Lanzmann, difícilmente superable. Y digo reproducir y no explicar
porque Karski se transmuta casi literalmente para expresar lo que le suplicaron
los dos líderes judíos en 1942. Se trata, sin duda, de uno de los testimonios
más impactantes que he podido ver en un documental o película. ¿Qué le dijeron
en aquella habitación de la ultrajada Varsovia de 1942? Básicamente una
súplica: ¡sacuda la conciencia del mundo para evitar el exterminio de los
judíos! “somos humanos, hijos de un mismo Dios”, enfatizan. Karski cumple su
palabra. Se evade a Occidente dónde se reúne con presidentes, ministros y
políticos, prestigiosos periodistas, dirigentes sociales y líderes religiosos
para transmitir el mensaje desesperado de los judíos de Varsovia (¡en 1943! ¡Cuándo
en Auschwitz la fábrica de la muerte funciona diariamente a pleno
rendimiento!). En vano. Excepto el representante de la comunidad judía en el
gobierno polaco en el exilio, que se suicida asfixiándose con gas en Londres
como último acto de denuncia a la desidia y pasividad del mundo, su grito de
auxilio es ignorado (algún breve en algún periódico y poca cosa más). Años
después, desesperado, denunciaba: “permitieron el exterminio de los judíos.
Nadie me creyó porque nadie quiso creerme. La humanidad no tienen conciencia.”
Europa, 2016. A pesar de las
espantosas imágenes de niños muertos en las orillas de las playas europeas y de
la dramática crisis de miles de refugiados que huyen de la guerra y del
fascismo en Oriente Próximo, la Unión Europea negocia un acuerdo con Turquía
para blindar las fronteras comunitarias y evitar la llegada de más refugiados a
su territorio. Se habla impunemente de pagar millones de euros a Turquía para
conseguir que se quede con los refugiados. No tengo palabras para expresar mi
indignación, y creo hablar en nombre de todos los tarraconenses. No quiero ya
ni pensar que este acuerdo de la infamia finalmente salga adelante, tan solo
con que se haya planteado y que algunos gobiernos europeos lo hayan defendido
nos sitúa ya en una tesitura infame. La de una realidad que no habla solo de la
muerte de personas sino también de la constatación de la muerte del ideal de
Europa porque Europa no es la suma de unos intereses económicos Europa es,
sobretodo, un ideal: el ideal humanista. Europa es Primo Levi, es Sandor Marai,
es Karel Capek y es Erich Fromm. Y, por descontado, Europa es el respeto al
derecho de asilo de todos aquellos que huyen del terror. ¿Pero como se puede
poner en cuestión algo tan elemental?
Si en algún país se entiende
esta disyuntiva este país es el nuestro. Hace 77 años no eran familias sirias,
eran familias catalanas y españolas las que se precipitaban hasta la frontera
francesa huyendo de la guerra y del fascismo. Las memorias de muchos de estos
refugiados van llenas de recuerdos del desprecio mostrado por policías y
soldados del país vecino y de algunas editoriales de prensa que calificaban a
los refugiados de “indeseables” y exhortaban al Gobierno a mantenerlos
recluidos en insalubres campos de refugiados. Igual como ahora dar la espalda a
la realidad dramática de los refugiados también supone el asesinato del sueño
europeo.
Y mientras Europa se traiciona
a ella misma y niega sus valores, Jan Karski nos observa sentado en un parque
público de Washington. Me llegan constantemente titulares de las agencias de
prensa dónde los discursos grandilocuentes de determinados líderes europeos
quieren ahogar la realidad que viven aquellos que se ven obligados a huir para
salvar la vida de sus hijos pero paso de todo ello y voy a buscar un sitio en
el banco de este parque dónde el impulso de la decencia humana todavía palpita.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada