dilluns, 20 de gener del 2014

BONAVISTA, UNA MIRADA A SU PASADO Y A SU FUTURO



Se cumplen ahora 50 años desde que mi familia materna se instaló en la entonces naciente barriada de Bonavista, donde por cierto nací y crecí hasta la adolescencia. Corría el año 1964 cuando mis abuelos Domingo y Socorro decidieron traspasar el comercio y el puesto en el mercado que regentaban en la Parte Alta de Tarragona y construir en el incipiente barrio una nueva casa, abriendo en los bajos una tienda de ultramarinos, una de las primeras en instalarse.
Según me contaron, las pequeñas casas, autoconstruidas en su mayoría por los vecinos, surgían como si de champiñones se tratase, casi de la noche a la mañana, entre un gran campo de algarrobos, olivos y viñas. Aquél campo llegaba entonces, cruzando las vías, hasta la playa de La Pineda. En la lejanía se divisaban los edificios de la milenaria Tarraco, el mar y mucho más próxima La Canonja, con su omnipresente campanario y las torres de algunas masías. Todo ello bajo un cielo azul y despejado, especialmente cuando soplaba procedente del noroeste el “Mestral” o “Serè”. Bonavista era en los sesenta un barrio que hacía honor a su nombre: la panorámica que se divisaba en todos los puntos cardinales era increíble.
En esa época Bonavista rondaba los mil habitantes, la gran mayoría matrimonios jóvenes con niños procedentes de pueblos del interior de Andalucía y Extremadura, y que habían trabajado muchos de ellos como jornaleros. La vida en el barrio era difícil pues carecía de los más elementales servicios (ni agua corriente, ni escuelas, ni servicio médico, ni calles asfaltadas, ni transporte y alumbrado público, ni parroquia,…). Las calles cuando llovía se convertían en un auténtico barrizal.
A pesar de las dificultades el barrio crecía sin parar, como también crecía a su alrededor de forma espectacular la industria química, que trajo prosperidad y mucho trabajo, pero que también cambió, radicalmente y en muy pocos años, el paisaje y las formas de vida.
A inicios de los sesenta empezaron las obras de construcción de IQA. No existían entonces ni industrias ni el actual polígono petroquímico, y las noches eran negras y estrelladas. Ahora, al anochecer y mirar hacia el sur, nos inunda el resplandor de millones de luces, pequeñas llamas y humaredas multicolores que salen de las chimeneas, mientras más al fondo, se distingue la silueta del Dragon Khan y Port Aventura.
Los vecinos no disponían entonces de vehículo propio, y para trasladarse al centro de Tarragona lo hacía andando por el “Camí de la Coma” hasta el cruce de la carretera que unía Reus y Tarragona, para tomar el "trole", o en el otro extremo del barrio, en el cruce de la carretera de Valencia, coger el autobús de la empresa Gasol que unía La Canonja y Tarragona.
En el año 1966, un reducido grupo de vecinos (entre los que se encontraba mi abuelo), creó una comisión vecinal de barrio que, actuando de forma semi-clandestina, empezó a reivindicar mejoras y que constituiría el grupo promotor de la futura Asociación de Vecinos. Dicha Asociación, una vez legalizada, se convirtió en el paladín del movimiento vecinal de Tarragona gracias a su marcado carácter reivindicativo y a su enorme poder de movilización. Durante la década de los 70, a base de mucho esfuerzo y grandes movilizaciones, se fueron consiguiendo importantes mejoras en el barrio (agua corriente, escuelas, urbanización de las calles, transporte público, alumbrado, etc.). También durante estos años muchos de sus vecinos se convirtieron en destacados luchadores vecinales, sindicales y políticos que destacaron en la lucha contra el franquismo y por la igualdad de derechos. A partir de los años 80 con los ayuntamientos democráticos las cosas fueron más fáciles y el barrio completó su profunda transformación. De todas formas, lo cierto es a los vecinos nadie les regaló nada, se lo ganaron con mucho sacrificio y con el claro objetivo de dejar de ser ciudadanos de segunda.
A pesar de que subsisten importantes problemas a los que habrá que ir dando solución, es evidente que las cosas en el barrio han cambiado mucho. Con los años, Bonavista se ha convertido en una parte muy entrañable y emblemática de la ciudad de Tarragona. Y a su vez, la ciudad de Tarragona ha incorporado a Bonavista (y al resto de barrios de Ponent) en sus proyectos de futuro. El centro comercial IKEA y las nuevas instalaciones deportivas de los Juegos Mediterráneos de 2017 son una buena muestra,  y estoy seguro supondrán mejoras importantes en accesos y servicios.
A pesar de los difíciles momentos actuales, estoy convencido que Bonavista tiene futuro y seguirá progresando gracias a sus gentes emprendedoras y dinámicas que saben sortear las dificultades y dirigir sus fuerzas para construir un futuro mejor.

Por último quisiera rendir un sentido homenaje a los pioneros y grandes luchadores que ya forman parte de la historia de Bonavista, y por extensión, de Tarragona: los Arjona, Aragón, Torres, Berzosa, Silva, Sevilla, Sánchez, Soria, Quirós, Artacho, Hornero, Pinto, Cabrera, Luque, García, Alcántara, López, Márquez, Conde, Ramírez, Espinosa, Hernández, Molina, Pedrosa, Aguilar, Hidalgo, Muñoz, Serrano, Mesa, Osuna, Giménez, Romero, Moreno, Mellado, Parejo, Rosa, Velasco, Hurtado, Tortajada, Cobacho, Ortega, Blasco,… a don Faustino, a las Hermanas Teresianas  y a tantos otros.

Article de Javier Villamayor publicat al Diari de Tarragona  

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