En la tradición católica, especialmente en pueblos
de Aragón y la meseta, había un día dedicado a las mujeres: el 5 de febrero,
festividad de santa Águeda. Coloquialmente se hablaba de «las Águedas» para
referirse a ese día. Era especialmente célebre la celebración en Zamarramala
(Segovia). El día de santa Águeda se investía a ¡una mujer! con los atavíos
propios de alcaldesa, banda y bastón de mando, era la «alcaldesa de
Zamarramala». Hasta salía en el NODO.
En 1898, un músico murciano llamado Manuel
Fernández Caballero estrenaba la zarzuela Gigantes
y cabezudos, que incluye un célebre fragmento con ritmo de jota: «Si las
mujeres mandasen/ en vez de mandar los hombres/ serían balsas de aceite/ los
pueblos y las naciones».
El movimiento obrero, impulsado por las más
aguerridas –y necesarias– pioneras del
feminismo, instituyó el 8 de Marzo como «Día Internacional de la Mujer
Trabajadora». E igual que Franco convirtió el Primero de Mayo en san José
Obrero y lo despojó de todo matiz reivindicativo de clase, lo más rancio de la
sociedad, a la chita callando, ha ido transmutando el Día Internacional de la
Mujer Trabajadora en una suerte de revival
de santa Águeda en que se celebra «el Día de la Mujer», así, sin más, como si
fuera el Día del Padre o Sant Jordi.
En este 2018, lo más aguerrido –y necesario–
del movimiento feminista ha retomado las riendas del 8 de Marzo y convoca una
Huelga Feminista durante esa jornada. Una huelga que quizá tenga un seguimiento
relativamente modesto, con más ánimo de llamar la atención sobre las
imprescindibles reivindicaciones de nuestras compañeras que de parar la
sociedad durante la jornada pero, imaginemos por un momento, ¿y si ellas no
vienen, aunque sea un día, un solo día y deciden no trabajar? Y cuando digo «no
trabajar» quiero decir exactamente eso, no cuidar, no limpiar, no recoger a los
niños, no dar clases, no curar, no juzgar, no levantar planos, vamos, lo que se
entiende por no trabajar con independencia de que las labores estén, o no, sujetas a
remuneración.
La huelga del próximo 8 de Marzo es una
reivindicación «de clase», justa y necesaria que todos y todas debemos apoyar.
La prueba del nueve de esta afirmación es la manera en que el PP y Ciudadanos
han denostado la convocatoria. ¡Ellos sí que han entendido qué es esto! Estos
partidos, incluidas sus mujeres, tienen meridianamente claro que no se trata de
nombrar a la Alcaldesa de Zamarramala el día de santa Águeda, que esto no va de
hacerse el moderno ni adoptar poses progresistas. Hay unos opresores, a los que
estos partidos ideológicamente apoyan, y unas oprimidas que desean dejar de
serlo y eso no se puede consentir.
Los datos son contundentes.
Eurostat, organismo poco sospechoso de
veleidades revolucionarias, calculó la brecha salarial en España en 2014 en un
18,8%. El salario medio de las mujeres es casi una quinta parte más bajo que el
de sus compañeros varones y eso sin contar el trabajo social no remunerado, en
el que las mujeres son mayoría, o el trabajo «de familia», en el que nuestras
madres, hermanas, parejas o hijas son también amplísima mayoría. Esta brecha
salarial, como es fácil adivinar, se convierte en el Gran Cañón del Colorado
cuando al elemento discriminatorio del género se añaden otros factores como la
raza, la extranjería etc.
Las mujeres son mayoría en muchísimas
empresas pero ínfima minoría en los puestos de gerencia y alta dirección. Misma
reflexión podemos hacer casi en cualquier sector productivo y el hecho objetivo
es que, aunque están peor valoradas que nosotros, no solo han demostrado
sobradamente no ser peores que nosotros sino, en muchos casos, mejores.
La discriminación por razones de género está
incrustada en nuestras conciencias, en nuestra cultura, en nuestra sociedad. La
asumimos con tanta naturalidad que un porcentaje elevado de hombres ¡y de
mujeres! niegan incluso su existencia.
El próximo 8 de Marzo no se celebra santa
Águeda pero no solo eso, tras este de 2018, ningún 8M va a ser igual. Millones
de mujeres ilusionadas en más de cien países
van a protagonizar una reivindicación de clase que, como siempre en la
historia, será combatida con furia por los más poderosos, calificada y
descalificada, e intentará ser sofocada. Es responsabilidad de los hombres de
izquierdas estar ahí para apoyarlas a ellas, que es tanto como apoyarnos a
nosotros.
Una sociedad en que hombres y mujeres
tengamos los mismos derechos, las mismas oportunidades, los mismos salarios y,
sobre todo, la misma percepción y participación, no es, como afirman algunos,
«mejor para las mujeres», será mejor para todos y todas. Por eso es nuestro
deber apoyar a nuestras compañeras el próximo 8 de Marzo. Si ganan ellas,
ganamos todos.
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