En una película de Charlot hay
una escena donde está haciendo el equipaje. Se sienta sobre la maleta, salta
sobre ella y, cuando por fin consigue cerrarla, por los laterales de la maleta
sobresalen partes de diversas prendas de ropa (tirantes, el cuello de una
camisa). Así pues, Charlot coge unas tijeras y corta todo lo que sobresale. La
poeta polaca Wislawa Szymborska recordó esta escena en el discurso que
pronunció cuando recibió el premio Goethe en 1991. “Esto es lo que nos
acostumbra a pasar cuando nos obstinamos a meter la realidad en la maleta de la
ideología.”
Szymborska se refería al
dogmatismo estalinista que ella había vivido de joven en su Polonia natal. Un
dogmatismo que también ofrecía certezas y soluciones fáciles a todas las
preguntas de la existencia humana de manera que ella misma militó con
entusiasmo en el partido comunista durante unos años hasta que constató que un
supuesto paraíso dónde se ahoga la libertad y se aniquilan los derechos humanos
desemboca siempre en una dictadura totalitaria de partido único. Es importante
recordarlo ahora cuando algunos expresan su admiración por regímenes como el
que sufre Cuba o Corea del norte…
Pero igual como hay un
dogmatismo de extrema izquierda hay también un fanatismo de la derecha liberal
que considera que la Verdad Absoluta (con mayúsculas) reside en la economía de
mercado sin la intervención de los poderes públicos representantes de la
ciudadanía. Esta ideología –la del culto al dinero- ha provocado millones de
parados, desigualdades sociales sin precedentes en democracia, y una
desesperación sin límites.
El circulo expansivo que
desarrolla es conocido por todos: eliminación de derechos sociales y
prestaciones públicas, barra libre a los paraísos fiscales tipo el escándalo de
los denominados papales de Panamá, corrupción y fraude fiscal, rechazo de todo
lo que suene a público y –muy importante- desprestigio de la política
considerada como una actividad indigna al servicio de los intereses de unos
pocos.
Y delante de esta realidad es
donde el socialismo democrático, la tradición socialdemócrata de Willy Brandt,
Olof Palme o Joan Reventós, tiene más
vigencia que nunca. Situados en este cruce histórico hemos de tener el coraje
de mirarnos al espejo y decidir que queremos hacer, como sociedad y como
personas, para defender los principios fundamentales de la democracia,
garantizar que las necesidades esenciales de las personas sean cubiertas por
los poderes públicos y erradicar la discriminación por razón de sexo, raza o
religión de nuestra sociedad. Distribuir más y mejor la riqueza, evitar los
monopolios de las grandes corporaciones transnacionales y garantizar el control
democrático de la economía poniéndola al servicio de la mayoría y combatiendo
con eficacia la economía especulativa que tanta devastación, en forma de
destrucción de puestos de trabajo, ha provocado.
¿Podemos sentirnos satisfechos
como socialistas? En absoluto. En absoluto pero siempre teniendo presente que
la vía reformista democrática es la única vía capaz de transformar la realidad
dejando de lado falsos atajos que prometen visiones paradisiacas que acaban
siempre conduciendo a regímenes autoritarios como Wyslawa Szymborska, con su
sabiduría humanista, nos advertía.
¡No! la socialdemocracia es la
alternativa que nos ha de conducir a la salida de la crisis y a una sociedad
más justa. Os necesitamos a todos y también necesitamos lo mejor de la
política, la política transformadora al servicio de la soberanía popular. Pero
para lograrlo debemos dejar las tijeras del dogmatismo ideológico al margen y
coger entre todos una maleta, democrática y plural, con la que iniciar un viaje
hacía una sociedad donde valores esenciales como la solidaridad, la
responsabilidad, la honestidad y la empatía no sean objeto de burla o de
escarnio. Es un combate ideológico que los socialistas queremos disputar porque
sabemos que de él depende el futuro de nuestros hijos. Es un compromiso
apasionante.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada