El 22 de agosto de 1914, el día
se levantó nublado. Cuando se desvaneció la niebla miles de soldados franceses
cargaron frontalmente contra las líneas alemanas en Alsacia. La infantería, con
llamativos uniformes rojos y gorras azul cielo, y la caballería sable en mano y
con corazas relucientes como en una estampa de las guerras napoleónicas. Pero
no estaban en 1814, sino en 1914, y delante tenían posiciones defendidas por
ametralladoras capaces de disparar 500 balas por minuto y por cañones con
bombas de fragmentación que estallaban en el aire y esparcían miles de
fragmentos letales de metralla. En pocas horas habían muerto más de 20.000
jóvenes. Los generales de la época siguieron insistiendo en las cargas a la
bayoneta contra posiciones fortificadas con el resultado de millones de muertos
en cuatro años de carnicería.
Cien años después los que se
cuentan por millones son los parados que son víctimas de la misma miopía y de
la fe mesiánica en “la idea” que no se puede equivocar nunca. Y “la idea” hoy
día es la santísima trinidad del capitalismo liberal: desregulación,
privatizaciones y recortes sociales. Ya sabemos todos a dónde nos ha llevado
este camino, a un aumento sin precedentes en democracia de la pobreza y de las
desigualdades en nuestra sociedad. Sería razonable pensar que la alternativa
socialdemócrata y socialista, la única que combina la libertad y la igualdad,
tiene más vigencia que nunca. Sin embargo, la verdad es que para millones de
personas –y las recientes elecciones europeas así lo constatan- no es así. En
unos casos vemos el resurgimiento con fuerza de opciones xenófobas, cuando no
directamente racistas, que atribuyen todos los males nacionales a los “venidos
de fuera”, mientras que en otros casos plataformas articuladas en torno al
líder mediático de turno prometen demagógicamente subidas de sueldo y de
pensiones superiores al 20% que saben imposibles, burlándose así de la angustia
y del dolor de las personas que están en el paro.
Tenemos que revitalizar nuestra
esencia socialdemócrata, debemos de ser capaces de enderezar el control que la
economía ejerce sobre la política y ser inflexibles en la defensa de un modelo
de protección social que evite que ninguna persona quede abandonada a su suerte
en manos de las exigencias de los “mercados”. Hay que evitar que la fiscalidad
recaiga sólo en las rentas del trabajo y la economía productiva en vez de
gravar la economía especulativa.
Tengo la convicción de que
tenemos que recuperar como sociedad el sentido de la medida y garantizar la
igualdad de oportunidades real. No puede ser que decenas de miles de familias
tengan a todos sus miembros en el paro y no perciban ninguna prestación, ni
subsidio, ni ayuda, mientras, en el otro lado de la galaxia social, los altos
directivos de las empresas que cotizan en el IBEX-35 ganen más de 30 millones
de euros anuales en retribuciones salariales. ¿Qué sentido tiene esto? La
acción política era y es la única vía para transformar la sociedad. Rearmémonos
ideológicamente, seamos nosotros mismos y volvamos a llenar las urnas con votos
para cambiar Catalunya, España y Europa sin falsos atajos. Sólo así seremos
capaces de garantizar el máximo bienestar social posible en el marco de la
máxima libertad creativa y, sobre todo, acabaremos con estos niveles
intolerables de pobreza y de paro que son una vergüenza colectiva para
todos.
Article de Josep Fèlix Ballesteros publicat a La Vanguardia
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